El Nord recuerda.
29 octubre, 2020
Con estas palabras los norteños de la ya mítica serie de George R.R. Martin Juego de Tronos hacían referencia a la sabiduría de su tierra, a cómo pese al avance imparable del tiempo sus montañas y bosques aún recordaban todo lo vivido demostrándolo con su majestuosidad y sus misterios.
Os preguntareis porque empiezo este post con semejante referencia, creedme tiene explicación. Como mencioné en mi primer y hasta la fecha único post, mi llegada a Macerata suponía el inicio de lo que seria una gran serie de aventuras.
He aquí la primera.
Todo comienza con una proposición indecente, como toda buena aventura. Mi gran amigo Álvaro, quién hasta hace unos pocos días vivía en Padova, ciudad cercana a Venecia, me soprendió una mañana de la semana pasada con un mensaje. En aras de inculcar un espíritu aventurero a ese mensaje y permitiéndome el lujo de exagerar os diré que decía lo siguiente:
- Este fin de semana, subimos al norte, a los Dolomitas y escalamos el Pale de San Martino.
Cortito y al pie, como dirían los más futboleros. En el mensaje no había pregunta alguna, si no afirmación, simple y sencillamente. Era algo que íbamos a hacer. Ambos lo sabíamos. En un primer momento me asaltó la pereza, durante la semana había cogido un poco de frío y no me sentía con todas mis fuerzas. Sin embargo, por dentro sabía que era algo que tenía que hacer. Para convencerme, Álvaro hizo gala de sus dotes más persuasivas y dijo:
- ¿Cuándo más vas a tener la oportunidad de escalar los Dolomitas conmigo? Quizá nunca- dijo
Y tenía razón.
Al día siguiente, tras acabar mi tarea diaria en el Ecomuseo me encaminé al norte de Italia. Primero a Padova donde me encontraría con aquel negociador inquebrantable que os acabo de presentar. Una vez juntos haríamos un par de horas más de coche hasta las vecindadades de Trento, donde pasaríamos noche. A la mañana siguiente y tras un breve paso por Decathlon para comprar una bombona de camping gas iniciamos la caminata.
Frente a nosotros se alzaba imponente el Pala di San Martino, situado en los Dolomitas. En mi caso era la primera vez que me enfrentaba a una montaña así. Los Dolomitas son una cordillera imponente y que quita el aliento. Cuesta creer que semejantes montañas estuvieron una vez bajo el mar. Según ascendíamos la nieve hizo acto de presencia y la aventura comenzó a tomar verdadera forma. Durante las casi cuatro horas que tardamos en ascender nos enfrentamos a estrechos desfiladeros cubiertos de nieve. Los angostos caminos asustaban pero todo merecía la pena por las vistas.
Finalmente llegamos a la cima. Nuestro primer objetivo, cuando casi mil metros más abajo habíamos empezado era el de llegar al Refugio Rosetta y después continuar hasta otro refugio para hacer noche y volver al día siguiente regresar al coche. Sin embargo el Norte recuerda, y los viejos Dolomitas están llenos de una sabiduría que si uno sabe como escucharla le guiará en su camino. Así lo hicimos. Cuando hicimos cumbre en nuestro objetivo, el refugio Rosetta, escuchamos a la montaña que nos decía que aquel no era el día. Y así fue, con los mismo ánimos que ascendimos decidimos descender. La montaña, cubierta con su blanco manto de nieve no invitaba a continuar. Así pues, tras varias horas de caminata volvimos al coche.
Pese a no poder haber cumplido nuestro primer objetivo, ninguno de los dos estaba decepcionado, al contrario. A lo largo de ese día habíamos recorrido vías ferratas, caminos llenos de nieve en los que las piernas se hundían hasta las rodillas, habíamos visto rebecos saltar montaña abajo como quien anda por la calle, habíamos pasado frío, un poco de miedo al mirar hacia abajo y sobre todo asombro al mirar hacia el horizonte. También habíamos podído beber agua fresca manada directamente de los Dolomitas o tomarnos una cerveza a dos mil metros de altura refrescada en una cascada de agua cristalina. En definitiva habíamos vivido una aventura digna de recordar y contar como estoy haciendo brevemente en este post
Por último me gustaría destacar aquello que fue lo que más me impactó. Una vez acabado el ascenso, cuando encarábamos la parte final del camino hacia el refugio Rosetta. Álvaro y yo nos distanciamos un poco. Allí pude sentir eso de lo que siempre hablan los montañeros más curtidos: la calma de la montaña. Con Álvaro en la lejanía me encontré a mi mismo rodeado de la calma más absoluta, no había ruido y nada molestaba en esa cima. El silencio te envolvía y atrapaba, invitándote a disfrutarlo pero también a respetarlo, es por eso que repetiría una y mil veces una aventura como esta.
Miguel.